Mis primeros recuerdos en el ciclismo se remontan al año 2009. Alberto Contador ganaba el Tour de Francia y yo, a pesar de no tener ni idea de ciclismo, estaba encantadísimo de ver a un español en lo más alto de París.

Poco a poco me iba entrando el gusanillo. A la par que Alberto nos hacía disfrutar con sus ataques, ese ciclismo donde solamente valía el primer puesto. Anteriormente, otros ataques imposibles de gente como Pedro Delgado que iban directos a la creación de aficionados.

Pero, en los últimos tiempos esto ya no existe. Con la llegada del Sky, los vatios y la tecnología; el ciclismo, y en particular el Tour, se ha convertido en una carrera de supervivencia. Quienes se atreven a lanzar un ataque, es neutralizado por un gregario o cada uno sigue su ritmo sin entrar a ningún posible ataque. Digamos que el deposito de fuerzas de los ciclistas se ha convertido en algo así como una «batería» donde el objetivo esta en medir los vatios para no caer en «batería baja».

En todo esto tiene mucha culpa el ciclismo británico, especialmente el Sky, con todos los medios que han invertido para avanzar tecnológicamente. Pero, hay un británico al que todo esto le parece secundario. En el Giro de Italia vimos a un Simon Yates vestido de rosa que atacaba a falta de más de diez kilómetros. En esta ocasión el objetivo estaba claro, pues debería defenderse una crono ante especialistas como Froome o Dumoulin. El destino le provocaría una pájara tremenda negándole un triunfo final por el que tanto había apostado.

En el mes de septiembre, ese destino que le había negado un Giro en mayo iba a volver a encontrarse con el británico. Novena etapa de La Vuelta, y Yates ya era líder de la carrera. En esta ocasión no se permitió muchas alegrías en los días iniciales incluso no le importo perder el liderato en Estaca de Bares. Por tierras asturianas, y ganando en Les Praeres, Simon recuperaba el rojo. Al día siguiente, camino a los Lagos de Covadonga prefería ser cauto antes de llegar a una crono donde debía defenderse ante un Valverde que amenazaba el rojo.

Tras una crono enorme, Simon mantenía ese maillot rojo y, a pesar de perder unos segundos en el Monte Oiz, se sentía bien. Con la carrera en un puño y el recuerdo de lo ocurrido en el Giro, nos presentábamos en Andorra con las opciones que podría tener Valverde ante un Simon Yates que debía defenderse. Antes decíamos que ya no se veían esos ataques imposibles, pues el viernes muchos niños debían de frotarse los ojos ante lo que nunca habían visto; el líder atacaba a falta de 10 kilómetros para el final dando un puñetazo a la general.

Al día siguiente, etapa integra en Andorra y todos jugábamos con posibles ataques al rojo que estaba casi imposible. A Simon Yates solo le quedaba su hermano cuando restaban unos 16km y atacaba ante la mirada atónita de todos los aficionados al ciclismo. Volvía el Simon Yates que vimos en el Giro, esos ataques que tanto nos gusta ver y que últimamente no podemos disfrutar. Hay que tener la cara bien dura, en el mejor sentido de la expresión, para atacar en el ciclismo actual siendo el líder.

Como aficionado a este maravilloso deporte, solamente puedo decir gracias. Gracias por hacernos disfrutar, por hacer que vuelva ese gusanillo al estomago en las grandes etapas y, sobretodo, gracias por seguir haciendo de este deporte algo maravilloso donde no guardarse nada.

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