El día más triste del año

Ni siquiera habías llegado y ya te has ido, a contrarreloj, sin decir nada, sin cerrar la puerta y dejando que las tardes vuelvan a ser grises y calurosas. Tu marcha supone el fin del verano, y tu ausencia en las tardes de agosto es un descenso vertiginoso hacia el otoño, la rutina, y el frío…

Sé que volverás en 365 días, pero cada año me cuesta más afrontarlo. Llegado el invierno mis pulsaciones, exhaltadas por un sobreesfuerzo, se disparan a 200, como si estuviese subiendo el Tourmalet a rueda de Indurain. Y es que me gustas mucho, soy un yonki de esa droga que me das en 21 dosis durante el mes de julio. Por eso, cuando no estás, el mono me hace sustituirte por otras carreras, nada comparado contigo, ¡Pero es que no tengo otra opción!

Cada año me haces sentir como aquel niño que, sentado junto a su abuela y su hermano, vieron como Beloki se rompía la cadera cuando intentaba acabar con la dictadura de Lance Armstrong. Aquel día me hiciste mucho daño, solo tenía 8 años, y no tenías el derecho de romperme el alma de aquella manera. Aún así fui fiel, sabía que me lo devolverías con otras alegrías, y no me fallaste.

¡Viva Le Tour!

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